lunes, 30 de abril de 2012

El fragor del agua

Tengo en Crespol lo que necesito: los libros básicos que me habría llevado a una isla desierta, lo mismo en discos y el ordenador- la única nota discordante en este marco, te lo aseguro- para poder escribir con comodidad. 

Fragor del Agua de José Giménez Corbatón es un libro viejo, de 1993. Los que me conocen no podrán evitar sonreír porque mis lecturas suelen ser de autores viejos, saben de mi gusto por Salinger, por Kafka, por Walser, por Hoffman... por tantos que escribieron en el siglo XX. Sonreirán cuando lean que es un libro viejo, seguro. Pero es que además de ser un libro de 1993 es un libro que nos habla con la voz de la memoria. Mujeres que nos cuentan la historia de Crespol, un pueblín creo en la sierra turolense. Un libro que nos habla de pueblos perdidos, de pastores de ovejas, de masoveros, de casas de sierra -Mas- masías perdidas en los que el trabajo manual llena las horas, el paso del tiempo, incluso una chica nueva que llega al pueblo con su aire de urbanita. Y yo mientras leía pensaba en mí misma, en los cuatro años que pasé en el pueblo de mi padre, un pueblín también, en los veranos hasta los veinte que se llenaban de bicicletas y piscina, de paseos por la carretera, de las fiestas, de los burros, de los cencerros de las ovejas que me despertaban a las seis de la mañana. Y he recordado mis pantalones cortos, mis deportivas gastadas, mis camisetas rotas, mis paseos a la vera de mi madre, de las viejas con su traje negro y esas medias coronadas en zapatillas azules, de pana, que daba igual que fuese invierno y verano y cómo sacaban sus sillas a la calle y bordaban o hacían ganchillo. La cara de estupefacción con que miraban mi bicicleta de montaña y mis pantalones cortos. He recordado mis libros de isla desierta, El Conde de Montecristo, Guerra y Paz, el Decamerón... tantos que fui leyendo en las siestas que no lo eran, tumbada en la cama, con la colcha roja, mientras la ventana abierta dejaba entrar en el cuarto los sonidos del verano. El crepitar de la hiedra, las moscas, el olor a tierra mojada cinco minutos antes de llover. Porque el Fragor del agua me ha llevado a eso mientras me hablaba de la vieja y de la Rosa, de Generoso y Roslindo, de los maquis, de Matias el Gallo, de Diógenes y de Laura. Mientras me contaba de sus vidas en Crespol, yo pensaba en ellos. En mis viejos, en mi memoria de pueblerina, en sus caminos de tierra que ya tienen asfalto. Pensaba en lo jovencita que era y cómo ha pasado el tiempo. Ahora ya no hay hogar con leña y puchero de judías, no hay nieve que moje mis guantes ni verano, con chaqueta.. Ahora nadie me cuenta historias por las noches, ni me dice cuánto he crecido, con lo esmirriada que era. El tiempo pasa, para ellos y para mí.

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